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Supermercados

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A lo largo de vuestras aburridas vidas tendrĂ©is la oportunidad de escuchar diversas opiniones sobre mĂșltiples temas. HabrĂĄ gente que te diga que prefiere comprar en las grandes superficies la comida del mes, ya que todo tiene mayor calidad y, aunque el precio es mĂĄs elevado, merece la pena. Otra opiniĂłn es que prefieren el supermercado del barrio, el de toda la vida. Vale, quizĂĄ estas cadenas no son precisamente humildes tiendas de alimentaciĂłn de localidad, pero algo se conserva en todo aquello. Ahora os cuento con mĂĄs detalle.

En mi barrio, como en muchos otros hay uno de estos supermercados a los que acuden todos los vecinos de los edificios colindantes. En él he pasado momentos muy extraños, rozando lo paranormal, y que posiblemente son cosas que sólo ocurren en este tipo de sitios.

Hay un hombre en la puerta, creo que de nacionalidad rumana. Usa chanclas con calcetines, y lleva una sudadera azul y blanca durante todo el año. Hay dĂ­as en verano en los que yo pensaba en decirle que se quitase esta Ășltima prenda, pero ni los 37 grados a la sombra le hacĂ­an desprenderse de su amada chaqueta. Alguna vez le he dado el cambio al salir de comprar. Parece buen tipo. Ahora por lo que se ve ha encontrado trabajo, y cobrando en negro. Ya que su funciĂłn en la puerta en estado estĂĄtico limitaba sus cualidades, e incluso se le veĂ­a aburrido, ahora las señoras y señores que acuden a hacer sus compras con sus mascotas, le dejan el perro a su cargo. Éste mientras se dedica a jugar con ellos y ofrecerles el mayor confort durante el tiempo de cuidado, a cambio este señor recibe una propina por los servicios. No sĂ© quien empezĂł con este invento, pero el caso es que lejos de lo que pensĂ© en un primer momento, me parece una buena idea. Hoy he pasado por la puerta y el señor es mucho mĂĄs feliz, lo noto.

Otra cosa que tambiĂ©n me ha llamado mucho la atenciĂłn al pasar, es que habĂ­a un chico con un peinado muy extraño, los calcetines por encima del pantalĂłn de chĂĄndal y una sudadera de color gris. Este chaval estaba justo en frente del cuidador de perros. No hacĂ­a nada. Una señora a la cual conocĂ­a, o eso tenĂ­a pinta, le ha saludado de forma muy energĂ©tica. Ha comenzado a hacerle preguntas, quizĂĄ demasiadas en un corto periodo de tiempo, como si estuviera vomitĂĄndolas: "¿QuĂ© tal estĂĄs?, ¿quĂ© tal estĂĄn tus padres?, ¿cĂłmo van las clases?". El chico no daba a basto a contestar; su cerebro estaba bloqueado. La señora ni siquiera se ha parado, seguĂ­a avanzando hacia el interior. No entiendo esta actitud. Finalmente, y sin obtener respuesta alguna todavĂ­a ha dicho: "bueno, voy a comprar yogures". El chico ha contestado: "muy bien". Lo curioso de todo esto, es que yo tambiĂ©n he vivido esa situaciĂłn muchas veces, con un final idĂ©ntico, pero ¿por quĂ©?

A los viejos les gusta lo gratis. SĂ­, podrĂ­a haber dicho ancianos, gente mayor... pero no me da la gana. No es que los odie, claro que no, pero son viejos; una especie en sĂ­ misma.
A esta elite os la podĂ©is encontrar en convenciones, transporte pĂșblico, esos bares con dominĂłs y demĂĄs antros.
Algunas veces coincido con ellos en el super. Les gustaba pedir mĂĄs y mĂĄs bolsas cuando eran gratis, pero ahora las llevan de casa preparadas. TambiĂ©n he notado que en la panaderĂ­a cuando han pedido su barra de pan favorita, aprovechan para robar todas las muestras gratuitas que pueden mientras la panadera se gira. ¿Si es gratis, por quĂ© dices que las roban? Vale que te jales una o dos, pero eso de llenarse las manos e incluso guardarlas en pañuelos de tela para luego... llĂĄmalo como quieras.
A la hora de pagar les encanta dar todas las monedas de cobre como tengan en su monedero. Sus favoritas son las de 1 y 2 céntimos.

No cambiarĂ­a el supermecado de mi barrio por nada del mundo.

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